jueves, 25 de abril de 2013


 El Eskimal y la Mariposa: breves apuntes para una pedagogía de la memoria

 "Abrázame... esos hijueputas me mataron"

El 10 de octubre de 2012, se cumplieron 22 años del homicidio del candidato presidencial por la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa, quien contaba al momento de su muerte, con 33 años y había ejercido por dos años la presidencia de la Unión Patriótica, cargo desde el cual, el dirigente venía denunciando el exterminio sistemático del que estaba siendo objeto su colectividad política.  

Eran las 8:05 de la mañana del jueves 22 de marzo de 1990. Con la idea de viajar a Santa Marta para pasar unos días de descanso en compañía de su esposa, el candidato presidencial de la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo Ossa, ingresó al Puente Aéreo del aeropuerto Eldorado. Momentos después, cuando se dirigía hacia la sala de espera, rodeado de su numerosa escolta, un joven que fingía leer una revista se levantó súbitamente de la silla y le descargó una ráfaga de ametralladora.

Mientras la escolta de Jaramillo reaccionaba inmovilizando al joven agresor que portaba una ametralladora Mini-ingram 380, el candidato presidencial constataba cómo se le iba la vida. Después de desplomarse por los impactos de bala, de manera desesperada se aferró a unas cortinas para tratar de ponerse de pie, pero antes de perder el conocimiento resumió en un comentario a uno de sus escoltas y a su esposa la convicción de su muerte: “Me mataron estos hijos de puta, no siento las piernas[1].

Su crimen, al igual que el de Leonardo Pizarro León Gómez, también candidato a la presidencia por la Alianza Democrática M-19, fue cometido por jóvenes sicarios el 26 de abril de 1990, solo unos meses después.   Otty Patiño quien dirigió la investigación por estos hechos al interior del M-19, aseguró que el sicario Gerardo Gutiérrez, quien también había participado en el primer crimen, “fue convenientemente asesinado  momentos después por uno de los escoltas del DAS a pesar de estar controlado y desarmado”[2].  Hace dos años, la Procuraduría General de la Nación solicitó la investigación de Alberto Romero, ex jefe de inteligencia del DAS, por la posible participación de ese organismo en ambos crímenes, tras revisar los dos procesos, la Procuraduría concluyó que “hay claros indicios de que había una política sistemática de los paramilitares para eliminar a los políticos de izquierda contando para ello con la ayuda del DAS y otros organismos del Estado[3].”

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domingo, 13 de enero de 2013

¿Estado constitucional latinoamericano? (i)

A propósito del proceso de negociación que adelanta el Gobierno Nacional con la guerrilla FARC, se ha vuelto a hablar de una Asamblea Constituyente como conclusión de los acuerdos que se alcancen en la Mesa.  Si bien la propuesta, no es una condición necesaria para poner fin al conflicto armado, si parece serlo para consolidar la paz.  Es decir, aunque no se acuerde entre las partes, la propuesta de cambiar la Constitución Política de 1991 si debería ser debatida y decidida por el pueblo colombiano.   

La cuestión es que más allá de poner fin al conflicto armado, paso por demás importante, el pueblo colombiano requiere la adopción de reformas estructurales que garanticen mayores niveles de inclusión política, económica y social en uno de los países más desiguales de la región.   Es el tránsito que hicieron a nivel normativo, otros países como Ecuador (2008) y Bolivia (2009), finalizando la primera década del siglo XXI, cuyos avances merecen ser tenidos en cuenta al momento de abordar para nuestro país un debate sobre la necesidad de un proceso constituyente.    

Los procesos constituyentes de Ecuador y Bolivia, evidencian un cambio en la concepción de las Constituciones Políticas al proponer nuevas interpretaciones y alcances de lo normativo, y en esa medida reflejan consagraciones que plantearían un nuevo paradigma de Estado constitucional, en contraposición al paradigma clásico occidental europeo, al incorporar una nueva concepción del Estado, de los derechos humanos y los sujetos beneficiarios de los mismos.

El amor es una droga dura

En algún momento de nuestras vidas, seguramente nos hemos conmovido por una imagen, un acto, una expresión artística que nos parece hermosa.   La belleza puede producir alteraciones físicas, y ello depende como se sabe, del ojo observador que vive el goce estético.  

El término "síndrome Stendhal" se acuñó en 1979 y es todavía discutido en la comunidad médica.  Su nombre se debe a la descripción que hiciese el autor de "Rojo y Negro", de las reacciones que tuvo al conocer la Basílica de Santa Cruz en Florencia en 1917:    "Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Al dejar la basílica, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".

El shock producto de la sobredosis de belleza, fue incluido en el vocabulario médico a partir del estudio de la psiquiatra Graziella Magherini, quién documentó más de cien casos de reacciones similares ante la contemplación del arte, que incluían síntomas como elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, e incluso alucinaciones o deseo de destruir las obras de arte.   En 1996, el cineasta italiano Dario de Argento, escribió y dirigió una película de suspenso protagonizada por su hija Asia Argento, basada en la temática.   

La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi en El amor es una droga dura (1999)[1] desentraña los conflictos internos de Javier, quien padece el llamado síndrome de Stendhal.   La primera vez que lo experimentó fue a los seis años, al ver caminar una niña de largos cabellos castaños, "entonces intuyó que la verdadera belleza tenía, para algunos contempladores algo de insoportable".    Para Javier, no es solo el placer físico y emocional de la observación, es una dependencia, la necesidad de fijar, el deseo egoísta de poseer, de  prolongar infinitamente el éxtasis que produce la contemplación de la hermosura

sábado, 29 de diciembre de 2012

El cantor de Tango

Inicia el siglo XX, en el imaginario colectivo el cambio de siglo traería progreso, desarrollo tecnológico y bienestar.  Pocos se imaginaron lo que el nuevo siglo traería para Argentina, uno de los países que le apostó a la aplicación disciplinada de los dictados del Consenso de Washington, los cuales fueron introducidos primero por la vía de las dictaduras, y luego, a través del neopopulismo de Carlos Saúl Menem.  La época del llamado “corralito”, que refleja una de las mayores crisis económicas y financieras de la historia de Argentina, es el telón de fondo para el desarrollo de El cantor de Tango, una novela de Tomás Eloy Martínez en la que recrea los tiempos convulsos que se viven en Buenos Aires, al tiempo que dibuja la belleza de una ciudad como pocas en América Latina.

Bruno Cadogan, es el narrador en primera persona de esta historia, que es un homenaje a la ciudad de Buenos Aires.  A propósito de su tesis doctoral e inspirado en los poemas de Jorge Luis Borges, Bruno decide acometer la empresa de búsqueda del extraordinario cantor de tango Julio Martel.  No es un intérprete cualquiera, su voz es descrita como sobrenatural (16), conmovedora, mágica, poderosa (43), “la voz destellaba sola, como si no existiera otra cosa en el mundo, ni siquiera el bandoneón de fondo que la acompañaba” (43). 

Por los tiempos de Felisberto Hernández


No conozco extensamente la obra de Felisberto Hernández.  Recién tuve la ocasión de leer dos de sus obras, “Mi primer concierto” y  “Por los tiempos de Clemente Colling” y debo señalar que este pequeño preludio incita a deleitar su obra entera.   Estos dos textos no pueden leerse de cualquier manera.  Acercarse a esta creación literaria, no es un ejercicio de lectura, ante todo es un ejercicio de escucha, y esto porque la narrativa tiene su propia banda sonora.  

Requiere sentarse cómodamente y cerrar por instantes los ojos para escuchar los sonidos, pero también el silencio,


"Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones". (Hernández, El Balcón)

viernes, 28 de diciembre de 2012

Los pasos perdidos


La música es melodía, armonía, ritmo y sonoridad.  ¿Cuáles son sus orígenes? La arqueología y la antropología, han evidenciado que al lado de los instrumentos de caza y aquellos relacionados con la alimentación, diferentes expresiones artísticas han acompañado el tránsito del ser humano por la Tierra.  Si bien en Nuestra América no se ha resuelto la pregunta por la música que tocaban los primeros habitantes del continente, si nos han heredado el testimonio de algunos de los elementos que servían para los propósitos de comunicación, sanación o festivos; conchas de mar,  pequeñas ocarinas de barro, silbatos de hueso, pequeñas sonajeras de madera, entre otros.


Ya deberíamos saberlo.  La música hace parte del ser humano.  Los latidos de nuestro corazón marcan de manera natural el ritmo; nuestra voz, seguramente fue el primer instrumento musical; al andar, no solo hacemos camino, también muestras sonoras; y nuestra cavidad torácica es una inmejorable caja musical.  La música, el sonido, y el sentido del silencio son esenciales a la vida humana.  


Los pasos perdidos (1953) de Alejo Carpentier, se inscribe en esta búsqueda.  Esta novela relata la odisea de un musicólogo que  hastiado de su vida sombría, acepta el encargo de remontar el río Orinoco en busca de un instrumento precolombino para una universidad estadounidense.   El innominado protagonista había intentado en aquella edad en que ninguna aventura nos parece imposible, responder la cuestión sobre los orígenes de la música, con una ingeniosa “teoría del mimetismo – mágico rítmico”,


“Inconforme con las ideas generalmente sustentadas acerca del origen de la música, yo había empezado a elaborar una ingeniosa teoría que explicaba el nacimiento de la expresión rítmica primordial por el afán de remedar el paso de los animales o el canto de las aves” (20).