El Eskimal y la Mariposa: breves apuntes para una pedagogía de la memoria
"Abrázame... esos hijueputas me mataron"
El
10 de octubre de 2012, se cumplieron 22 años del homicidio del candidato
presidencial por la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa, quien contaba al
momento de su muerte, con 33 años y había ejercido por dos años la presidencia
de la Unión Patriótica, cargo desde el cual, el dirigente venía denunciando el
exterminio sistemático del que estaba siendo objeto su colectividad política.
Eran las 8:05
de la mañana del jueves 22 de marzo de 1990. Con la idea de viajar a Santa
Marta para pasar unos días de descanso en compañía de su esposa, el candidato
presidencial de la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo Ossa, ingresó al Puente
Aéreo del aeropuerto Eldorado. Momentos después, cuando se dirigía hacia la
sala de espera, rodeado de su numerosa escolta, un joven que fingía leer una
revista se levantó súbitamente de la silla y le descargó una ráfaga de
ametralladora.
Mientras la
escolta de Jaramillo reaccionaba inmovilizando al joven agresor que portaba una
ametralladora Mini-ingram 380, el candidato presidencial constataba cómo se le
iba la vida. Después de desplomarse por los impactos de bala, de manera
desesperada se aferró a unas cortinas para tratar de ponerse de pie, pero antes
de perder el conocimiento resumió en un comentario a uno de sus escoltas y a su
esposa la convicción de su muerte: “Me mataron estos hijos de puta, no siento
las piernas[1].
Su
crimen, al igual que el de Leonardo Pizarro León Gómez, también candidato a la
presidencia por la Alianza Democrática M-19, fue cometido por jóvenes sicarios el
26 de abril de 1990, solo unos meses después.
Otty Patiño quien dirigió la investigación por estos hechos al interior
del M-19, aseguró que el sicario Gerardo Gutiérrez, quien también había
participado en el primer crimen, “fue convenientemente asesinado momentos después por uno de los escoltas del
DAS a pesar de estar controlado y desarmado”[2]. Hace dos años, la Procuraduría General de la
Nación solicitó la investigación de Alberto Romero, ex jefe de inteligencia del
DAS, por la posible participación de ese organismo en ambos crímenes, tras revisar los dos procesos, la
Procuraduría concluyó que “hay claros indicios de que había una política sistemática
de los paramilitares para eliminar a los políticos de izquierda contando para
ello con la ayuda del DAS y otros organismos del Estado[3].”
*****
Nahum Montt, haciendo uso de un estilo
policiaco, cuenta la historia de una bala, y a través de ella, rememora los
hechos de asesinato de tres candidatos presidenciales calificados en la edición
de Alfaguara como “los 33 días que
más han conmovido al país en su historia reciente”[4],
y que precedieron a la expedición de una nueva Constitución Política de 1991,
tras lo cual, pasaron a segundo plano, y hoy podríamos decir que se encuentran
en la impunidad,
La bala fue disparada la noche del
lunes 30 de abril de 1984. Mató al
entonces Ministro de Justicia Lara Bonilla (…) La bala se ocultó en la penumbra
durante cinco años y reapareció el viernes 18 de agosto de 1989, a las 8 y 45
de la noche en la plaza de Soacha (…) destrozo seis centímetros de la aorta
abdominal de Luis Carlos Galán Sarmiento.
Siete meses después, el jueves 22 de marzo de 1990, alcanzó a Bernardo
Jaramillo Ossa en el aeropuerto El Dorado (…) Aún le faltaba la más feroz y
terrible de sus arremetidas (268).
La violencia como hilo conductor, particularmente
aquella ligada al narcotráfico, es un elemento recurrente en la literatura
colombiana contemporánea, al punto que un sector importante de la crítica, se
ha cuestionado si este recurso puede leerse como una apología a la violencia[5]
o un producto de la “maquila editorial”[6]. En palabras de Herrero-Olaizola, es el
mercado editorial, “partícipe obviamente de las políticas económicas globales,
[el que] perpetúa la comercialización de [los] márgenes y
promueve cierta exotización de una realidad latinoamericana cruda”(43).
Ahora, si se mira en conjunto el mercado
editorial no le falta razón a la crítica, si se tiene en cuenta el fenómeno de
ventas de los libros de ex secuestrados,
confesos criminales, y la larga lista de títulos referidos al
narcotráfico, lucha contra las drogas y crímenes sin esclarecer. ¿Es la
literatura sobre violencia solo un fenómeno de ventas?
Si
bien el éxito de la industria está marcada por una suerte de “morbo del
comprador”, por conocer las intimidades del dolor de los secuestrados[7],
o del pensamiento de un criminal, se puede destacar paralelamente una serie de
obras, que sin tener la pretensión de sustituir la historia oficial, o de
realizar una denuncia, sí pueden contribuir a la construcción de una memoria
social de la violencia socio política del país, en la medida en que se utilicen
como un ejercicio consciente de reflexión sobre las causas e impactos de la
violencia en nuestro país y las transformaciones profundas que requiere exigir
para evitar que hechos similares se repitan.
Finalmente como señala Juan
Alberto Blanco[8],
“una de las funciones esenciales de la
literatura es la de: ejercer presión sobre la memoria para que no escape
al olvido necesario que en ocasiones nos impone el tiempo”.
I. La Violencia y la violencia en la literatura
colombiana
El fenómeno de la
violencia ha acompañado la historia de la literatura colombiana. El
trabajo monográfico de Oscar Osorio “Siete estudios sobre la novela de "La Violencia" en
Colombia, una evaluación crítica y una nueva perspectiva” [9], refleja la
abundancia de trabajos en torno al conflicto bipartidista
al punto de conformar un sub género, en los que priman el relato testimonial, la
crónica, el panfleto, que Álvarez Gardeazabal va
a englobar bajo la clasificación de “novelas de recuento”(90), testimonios
acomodados a formas novelescas. Dadas
sus características, en la literatura
de la Violencia, se evidenció claramente un doble objetivo,
el de proyectarse como obra literaria y el de servir como documento histórico,
o como diría Laura Restrepo “inventario de muertos y horrores” que fue cediendo
a otro tipo de literatura en el que finalmente, la Violencia sería el telón de
fondo del desarrollo de la narración,
Los personajes prototípicos, planos y
carentes de individualidad, utilizados para ejemplificar tesis y
planteamientos, evolucionaron hasta llegar a poseer una subjetividad rica en contenidos,
mientras que, concomitantemente, fueron quedando superados el esquematismo y el
maniqueísmo en la visión del mundo. Las páginas plagadas de violaciones y
cortes de franela fueron desapareciendo, en tanto que se escribían obras que no
necesitaban relatar un solo crimen para captar la “Violencia” en toda su
barbarie (92).
El
maestro Marino Troncoso en su ensayo “De la novela en la Violencia a la novela
de la violencia: 1959- 1960 (hacia un proyecto de investigación)”[10],
destaca dos estudios historiográficos sobre el tema, el de Gerardo Suárez
Rendón La novela de la violencia en
Colombia y el de La narrativa actual
en Colombia y su contexto social, de Román López Tames, quien escribiría en
1975, “se podría asegurar que no hay novela colombiana en los últimos veinte
años, que de alguna manera no se refiera a la violencia” (33), lo cual es una
muestra de la influencia del conflicto social y político en las letras, y más
allá de ello la preocupación sobre las causas del mismo en las ciencias
sociales en general.
El
profesor Troncoso, destacaría como un hito importante en la creación literaria,
el Concurso de cuento convocado por El Tiempo en 1969, en el que el jurado
encontró como tema dominante la violencia, “pero esta era ya una violencia
diferente, narrada desde el interior de una conciencia, superando el
maniqueísmo de buenos y malos propios de las obras anteriores (37). Sobre el papel de la violencia en la
narrativa literaria de la época, resaltó Gonzalo Arango,
(e)xiste general extrañeza por la
coincidencia que los tres cuentos enfoquen el tema de la violencia y se
desarrolle con mayor o menor intensidad en un marco de asesinato y terror. Este tema, en su azaroso dramatismo, no puede
ser indiferente a ningún intelectual colombiano. La violencia gravita sobre nuestra
sensibilidad en forma perturbadora y agresiva.
Está demasiado presente para ignorarla; es demasiado cruel para no
sentirla; no podemos olvidarla; vivimos bajo su atmósfera de alucinación y
terror. Ningún escrito que tenga sus dos
pies hundidos en el barro de este país puede eludirla sin traicionar su
realidad humana más profunda pues, directa o indirectamente, ha sufrido sus
consecuencias. (39)
Estas
reflexiones que alentarían un estudio interdisciplinario de la obra literaria
en la Universidad Javeriana, bajo la premisa de que “es en la literatura donde
se encuentra la memoria de una historia construida desde el hombre” (40).
Ya
luego vendrían la generación Mito, la generación desencantada, el boom
latinoamericano, y con él, el llamado “realismo mágico”, género en el que
quedaría encasillada un tiempo la literatura colombiana. Hoy la literatura colombiana, ha sufrido una
transformación importante: del realismo mágico, plagado de sucesos maravillosos
o exóticos desde una mirada foránea, ha regresado a los relatos sobre
violencia, en los que se combina el hiperrealismo de los espacios y los hechos
históricos, con la ficción narrativa.
II. Literatura colombiana en el siglo XXI
A
partir de la década de los noventa, tanto en la literatura, como en el cine
colombiano, se dio un desarrolló de la narrativa de la violencia urbana, ligada
al fenómeno del sicariato y de manera más amplia a la influencia del narcotráfico
en la sociedad colombiana. Tal como lo
resalta Gina Ponce de León en su obra “la novela colombiana posmoderna”,
En la narrativa contemporánea se
presenta una inmensa preocupación por la historia y una detallada exposición de
los hechos históricos. Muestra un tema
esencial, a saber: una violencia vivida por todos los colombianos de una u otra
manera; los que no han sufrido la violencia directamente, la han sufrido en el
ambiente generado por los hechos ocurridos.
Los escritores parecen tener el objetivo de no dejar que los hechos
violentos de la Colombia de hoy sean olvidados (30).
En
el ensayo de Juan Alberto Blanco “Historia del narcotráfico en la literatura
colombiana”, se destaca que el primer elemento que se reconoce en la narrativa
del narcotráfico es que esta se escenifica en las ciudades (Blanco, 131). A diferencia de la literatura de “La
Violencia” (1946 – 1966)[11],
la literatura contemporánea, traslada su escenario del campo a la urbe, “con
sus presencias individualistas, intimas, alienadas y desoladas, cuyos
personajes transeúntes y transitorios representan o cumplen su rol en una vida
acelerada y monótona, caótica y conflictiva” (Giraldo xvii). La narrativa transcurre en centros urbanos
que “han adquirido identidad y entran a formar parte de la narrativa; las
ciudades han adquirido reconocimiento y el solo hecho de nombrarlas como
espacio narrativo hace que trasciendan de su localidad hacia el espacio
histórico y cultural” (Ponce de León, 32).
La
figura del sicario
En
el llamado género sicaresca, la ciudad es el escenario privilegiado, como entorno que se configura a partir de las
prácticas violentas (Rengifo, 103), la división de espacios sociales y la
construcción de los mismos con lógicas económicas, influyen para que pueda
desarrollarse el fenómeno del sicariato.
Uno de los personajes recurrentes de la literatura colombiana, es el
sicario, de allí la denominación de sicaresca[12],
que le diera Héctor Abad Faciolince, al subgénero que lo hace visible como
protagonista. Si bien el
Eskimal y la Mariposa, no es una narración sicarial en primera persona, si
es el relato de un asesino en el sentido posmoderno que propone Ponce de León,
Otro aspecto relevante de la
exposición de los hechos de la violencia es la crítica que no juzga precisamente
a los responsables, sino que muestra a un ser humano que trasciende de los
hechos de la violencia a niveles más humanos (30).
El
sicario, es un personaje secundario, destinado a morir desde el comienzo, su
objetivo es matar y morir, y el guardián de este objetivo es Coyote.
Una mirada del segundo al primero,
“manos que ahora parecían torpes en
su misma indiferencia, manos demasiado torpes para haber realizado demasiadas
acciones fatales, habían, por fin, cumplido su destino de matar y morir” (229)
III. Literatura como catarsis
El
Eskimal abre y cierra formalmente el relato con un hecho de alta significación
histórica para el país, el asesinato de dos candidatos presidenciales de
izquierda,
Se escuchó una ráfaga por encima de
las cabezas. Pizarro levantó su mano
izquierda de manera instintiva, como si intentara detener con ella la lluvia de
balas. Su cabeza se echó hacia atrás y
se estrelló contra la ventanilla (227)
Al
tiempo que discurre la historia de El
Eskimal, la gran ola de violencia política está vigente, el país se
encuentra -como fue tradicional en el siglo XX- bajo el permanente estado de
sitio, los grupos paramilitares se encuentran en periodo de auge y consolidación, y el narcotráfico ha
iniciado una lucha contra el Estado colombiano para evitar la extradición a
Estados Unidos, utilizando como recurso el terrorismo.
En
otra entrevista a Nahum Montt, se refiere a la literatura de la violencia como
catarsis, como necesidad de expresión, de fuga… al hablar del origen de su
narrativa, Montt se refiere a las novelas de vaqueros y su tierra natal, como
influjo natural en su narrativa,
Barranca en ese momento también era
una especie de medio oeste, se da todo el exterminio de la Unión Patriótica en
la década del ochenta, yo estuve en Barranca viviendo muy de cerca ese
problema, gran paros por dos veces por semana, paros que siempre dejaban
muertos, (…) y fue el exterminio sistemático y empezaron a matar gente de
izquierda, concejales simpatizantes de la Up un exterminio que llevo a ser Barranca
considerada el pueblo más violento sobre la faz de la tierra, dada la cantidad
de muertos que se daba[13].
Por
ello, la aproximación de Montt a los hechos no es histórica estrictamente, y más
bien se enmarca en el abordaje del relato posmoderno descrito por Gina Ponce de
León, en el sentido de que no se ocupa aquel de documentar la historia a través
de la recuperación de archivos, sino se remite “a la interpretación inmediata
de una variedad de contextos que se han recopilado en el mismo presente que vive
el escritor y el receptor (31). Montt
escribe sobre su época, sobre hechos que percibió de primera mano y que
generaron en él un impacto, seguramente el de muchos y muchas que a finales de
los noventa sintieron como la sociedad se desmoronaba y la vida política del
país se entregaba al narcotráfico.
Esta
mirada de Montt, desde la libertad del espectador no documentado, es la que le
permite llegar a plantear, como quien no quiere la cosa, que los crímenes de
Bernardo Jaramillo Ossa y Eduardo Pizarro Leóngomez están mucho más conectados
de lo que creemos y que detrás de ellos estarían agentes del Departamento
Administrativo de Seguridad DAS, que con un perfil esquizofrénico, tenían la
doble misión de proteger y favorecer el asesinato de los candidatos
presidenciales. Pero Montt, va mucho
más allá, de manera verosímil juega con el lector y la Historia, y resuelve
parcialmente el enigma de las autorías de dos magnicidios más importantes de la
segunda mitad del siglo XX. No se vale
para ello, de los expedientes judiciales, que a la fecha no han permitido el
esclarecimiento histórico de los hechos, sino se vale precisamente de la
impunidad, para plantear la existencia de una Federación, como dueña de la bala protagonista de la historia.
No
intenta cubrir los vacíos de la historia oficial, se vale de ellos para
reflexionar implícitamente sobre la violencia, sus autores, la memoria, la
impunidad…
En
el citado ensayo de Juan Alberto Blanco, el autor atribuye a la literatura una
función social ligada a la violencia y recuperación de la memoria,
La literatura tiene su propia función social,
de ahí que todo escrito cumpla con determinadas necesidades comunes a todos los
pueblos: perpetuar la memoria, es decir, aniquilar el olvido; reconstruir la
historia, o procurar que las heridas sanen; alimentar la vida, es decir,
generar una esperanza que vaya más allá del límite; (re)conocernos por medio de
la palabra, o hacer que la voz se instaure en un nuevo orden y comience la
reescritura de la humanidad; hacer del génesis el antecedente directo de la
palabra profética que trata de encerrar la memoria polifónica de la modernidad;
en fin, la literatura nos ha de permitir enlazar las sombras de tal manera que
la realidad deje de superar a la ficción, pues la misión del escritor consiste
en condensar el tiempo en la palabra
para rehacer el futuro posible, y nosotros como lectores,
comprender(nos) más en la diferencia. Visión de mundo que va más allá de la
novelización apocalíptica.
IV. Algunas reflexiones para una pedagogía de la
memoria
Dado
que se acepta que hay conductas que generan una afectación colectiva, se
entiende que para que no vuelvan a ocurrir nunca más, para que hayas reales
garantías de no repetición, se requiere que ciertos hechos sean reconstruidos y
fijados en la conciencia colectiva como reprochables. Con mayor intensidad, a
partir de los años ochenta y en el contexto latinoamericano de retornos a las
democracias, la preocupación se centró en recuperar la memoria como ejercicio
político y jurídico. A partir de ese momento y en particular en el cono sur, se
empezó a hablar de informes, proyectos Nunca Más, monumentos, museos,
elaboraciones centradas en la dimensión trágica de la violencia, que sustentan
la creación de políticas de la memoria para reconstruir el pasado. La finalidad
de estos ejercicios, no consiste en traer al presente el doloroso pasado, sino
sentar las bases para la construcción del futuro.
En
momentos en que se habla de posibilidad de culminación del conflicto armado por
la vía negociada en Colombia, y que se ha avanzado tanto a nivel legislativo,
como de política pública en el reconocimiento de los derechos de las víctimas,
resulta vital reflexionar sobre la construcción colectiva de la memoria. En ello, como se señaló al principio, la
literatura puede contribuir a la construcción de una pedagogía de la memoria, que
facilite la reflexión de las actuales y nuevas generaciones sobre los errores
del pasado y las reformas políticas, culturales y sociales que requiere esta
sociedad para consolidar la paz.
El
Eskimal y la Mariposa propone al
menos tres líneas, que podrían inspirar una propuesta pedagógica sobre memoria.
·
Clave democrática
Uno
de los elementos que ha marcado la historia de nuestro país es sin duda la
exclusión política, una tradición bipartidista que marcaría toda la historia
republicana y un proyecto constitucional que no lograría como se propuso
ampliar los canales de participación, son algunos de los factores que inspiran
esta reflexión. Algunas de las preguntas
que sugiere el trasfondo político del Eskimal son: ¿qué implicaciones
democráticas tiene para una sociedad que tres candidatos a la Presidencia de
la República hayan sido asesinados en un
mismo período?; ¿qué consecuencias tiene para la democracia la eliminación
sistemática de un partido político como la Unión Patriótica? ¿La democracia
actual ofrece posibilidades para la oposición, para las opiniones diversas,
para la libertad de expresión?
·
Clave
justicia
La
literatura colombiana reciente, está inundada de crímenes sin esclarecer,
crímenes reales como en el Eskimal, crímenes ficticios como en otras novelas. Todas estas obras leídas en clave de
justicia transmiten el mismo mensaje, si la administración de justicia no
funciona, su lugar es retomado por la venganza, como método privilegiado de
resolución de conflictos. Ello implica
una reflexión profunda sobre la administración de justicia, la posibilidad de
que esta se ejerza en lo local, responda efectivamente a las necesidades
sociales y se concentre en los máximos responsables.
El
Eskimal sugiere que una respuesta institucional efectiva al crimen de Lara
Bonilla, hubiera prevenido, la comisión de sucesivos crímenes en la historia
colombiana, la impunidad facilita la comisión de nuevos crímenes; si el
hipotético actor llamado Federación hubiese sido desmantelado en algún momento,
la historia relatada no hubiese tenido lugar.
El Eskimal es la historia de una bala, de una bala que aguarda y
vuelve a actuar, y solo lo hace por el abrazo cómplice de la impunidad.
·
Clave
social
El
hecho de que gran parte de la literatura se refiera al sicario, alguien que es
capaz de matar y morir por dinero, ya
debería haber suscitado una reflexión sobre prioridades en la agenda política
nacional, redistribución de la riqueza, reconstrucción social de comunidades. La prevención de futuros crímenes, pasa por
la generación de oportunidades laborales y de generación de ingresos para la
población juvenil.
*****
Difícil
reducir la nueva literatura colombiana, en una suerte de “realismo trágico”
como corazón de una “maquila editorial”.
Es cierto que han proliferado expresiones literarias que tienen como
trasfondo el conflicto armado, ello puede responder a un fenómeno editorial, a
las necesidades de demanda del mercado, pero también es un ejercicio de
catarsis. La literatura colombiana
actual, ha señalado los problemas contemporáneos de la sociedad: la doble
moral, la pérdida de los valores solidarios, la soledad, la desmemoria y el
olvido… es una tímida voz que no ha sido
suficientemente escuchada, analizada, dialogada, recreada, pero no está
perdida.
La
reconstrucción de la memoria tiene un punto de partida reivindicativo, entender
la verdad como un derecho cuya titularidad corresponde a los pueblos, y el
esclarecimiento histórico como patrimonio social. En ello la verdad que produce el escenario
judicial es relevante, pero limitada. La
reflexión sobre la memoria y el esclarecimiento de la historia de la violencia
de nuestro país, debe atravesar el campo social, tomar en cuenta la cultura, la
memoria de la gente, las expresiones artísticas, entre ellas todas las
expresiones literarias, la música popular, el teatro, las nuevas expresiones
cinematográficas, la lúdica, la danza, el arte callejero…
La
sugerente propuesta de ciudad – libro en el
Eskimal y la Mariposa consiste en ello, en vivir los espacios geográficos a
través de la historia que encierran, revivirla a través de la palabra…
Bogotá D.C., 26 de noviembre de 2012
BIBLIOGRAFIA
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http://deepblue.lib.umich.edu/bitstream/2027.42/61548/1/fantaa_1.pdf
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literatura en Colombia. Madrid:
Editorial Origenes, 1989
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sicarios de Fernando Vallejo. En:
http://publicacions.iec.cat/repository/pdf/00000111%5C00000024.pdf
Entrevista con Héctor Abad
Faciolince. Revista La Hojarasca, no.
27, marzo de 2007. Disponible en: http://www.escritoresyperiodistas.com/NUMERO27/jaime.htm
[1]
Diario El Espectador, “El Magnicidio de Bernardo Jaramillo”, edición
electrónica, 10 de octubre de 2012. En:
http://www.elespectador.com/noticias/articulo-380381-el-magnicidio-de-bernardo-jaramillo
[2]
Testigo Directo, “Pizarro, historia de un magnicidio (4)”. En:
http://www.youtube.com/watch?v=PnHIgrGJHFY
[3]
Diario el Tiempo, “La procuraduría pide investigar a militares por crimen de
Bernardo Jaramillo Ossa”, edición electrónica, 12 de febrero de 2010.
[4] El
Eskimal y la mariposa, presentación de Alfaguara. En:
http://www.alfaguara.com/co/ebook/el-eskimal-y-la-mariposa-2/
[5] Al respecto ver: Andrea Fanta. Narratives of abandoment: Colombia’s Cultural production from 1990 to
2007.
A dissertation submitted in partial
fulfillment of the requirements for the degree of Doctor of Philosophy, Romance
Languages and Literatures in The University of Michigan, 2008, p. 6. En:
http://deepblue.lib.umich.edu/bitstream/2027.42/61548/1/fantaa_1.pdf
[6] Herrero-Olaizola. Alejandro. “Se vende Colombia, un
país de Delirio. El mercado literario global y la narrativa colombiana
reciente”. Symposium. (Washington, D.C.) 61 no.1 Spr. 2007: 43-56.
[7]
“El recuento de miserias y penurias en la vida de un secuestrado de las Farc y
los problemas de convivencia son los aspectos que más interesan al público,
según se evidencia cada vez que ofrecen ruedas de prensa o entrevistas.”
Cfr. Noticias Terra, Libros de ex
secuestrados de FARC inundan el mercado, febrero 26 de 2009. En: http://www.terra.com.co/actualidad/articulo/html/acu19159-libros-de-ex-secuestrados-de-farc-inundan-el-mercado.htm
[8]
Juan Alberto Blanco “Historia del narcotráfico en la literatura
colombiana”. En: Jaime Alberto Rodríguez
(ed.) “hallazgos en la literatura colombiana, balances y proyección de una
década de investigaciones”. Bogotá:
Pontificia Universidad Javeriana, marzo de 2011, pp. 131 - 154
[9]
Oscar Osorio, “Siete estudios sobre la
novela de la Violencia en Colombia, una evaluación crítica y una nueva perspectiva. Revista Poligramas No. 25, junio de
2006. En:
http://poligramas.univalle.edu.co/25/osorio.pdf
[10]
Marino Troncoso. “De la novela en la violencia a la novela de la violencia:
1959- 1960 (hacia un proyecto de investigación)”. En:
Jonathan Tittler (ed.) Violencia y literatura en Colombia. Madrid: Editorial Origenes, 1989
[11] Se
toma como referencia el estudio de Gustavo Alvares Gardeazabal, citado en:
Oscar Osorio, Op. Cit.
[12]En
los años 90, el escritor y columnista Héctor Abad acuñó una
afortunada frase para referirse a un cuerpo de novelas, películas y crónicas
que entonces aparecían con frecuencia: "la sicaresca antioqueña". En:
http://www.semana.com/cultura/sicaresca-narcoestetica/125035-3.aspx
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