jueves, 25 de abril de 2013


 El Eskimal y la Mariposa: breves apuntes para una pedagogía de la memoria

 "Abrázame... esos hijueputas me mataron"

El 10 de octubre de 2012, se cumplieron 22 años del homicidio del candidato presidencial por la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa, quien contaba al momento de su muerte, con 33 años y había ejercido por dos años la presidencia de la Unión Patriótica, cargo desde el cual, el dirigente venía denunciando el exterminio sistemático del que estaba siendo objeto su colectividad política.  

Eran las 8:05 de la mañana del jueves 22 de marzo de 1990. Con la idea de viajar a Santa Marta para pasar unos días de descanso en compañía de su esposa, el candidato presidencial de la Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo Ossa, ingresó al Puente Aéreo del aeropuerto Eldorado. Momentos después, cuando se dirigía hacia la sala de espera, rodeado de su numerosa escolta, un joven que fingía leer una revista se levantó súbitamente de la silla y le descargó una ráfaga de ametralladora.

Mientras la escolta de Jaramillo reaccionaba inmovilizando al joven agresor que portaba una ametralladora Mini-ingram 380, el candidato presidencial constataba cómo se le iba la vida. Después de desplomarse por los impactos de bala, de manera desesperada se aferró a unas cortinas para tratar de ponerse de pie, pero antes de perder el conocimiento resumió en un comentario a uno de sus escoltas y a su esposa la convicción de su muerte: “Me mataron estos hijos de puta, no siento las piernas[1].

Su crimen, al igual que el de Leonardo Pizarro León Gómez, también candidato a la presidencia por la Alianza Democrática M-19, fue cometido por jóvenes sicarios el 26 de abril de 1990, solo unos meses después.   Otty Patiño quien dirigió la investigación por estos hechos al interior del M-19, aseguró que el sicario Gerardo Gutiérrez, quien también había participado en el primer crimen, “fue convenientemente asesinado  momentos después por uno de los escoltas del DAS a pesar de estar controlado y desarmado”[2].  Hace dos años, la Procuraduría General de la Nación solicitó la investigación de Alberto Romero, ex jefe de inteligencia del DAS, por la posible participación de ese organismo en ambos crímenes, tras revisar los dos procesos, la Procuraduría concluyó que “hay claros indicios de que había una política sistemática de los paramilitares para eliminar a los políticos de izquierda contando para ello con la ayuda del DAS y otros organismos del Estado[3].”

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“El domingo 25 de marzo de 1990, tres días después de los desórdenes y saqueos por la muerte de Bernardo Jaramillo Ossa, candidato presidencial del movimiento de izquierda Unión Patriótica, Coyote presionó el botón empotrado en la entrada del edificio y esperó”(13).  Esta es la frase de inicio y el trasfondo de “El Eskimal y la Mariposa” de Nahum Montt,  una novela que refleja el contexto de finales de la década de los ochenta e inicios de los noventa, marcado por la violencia sociopolítica, la confrontación entre Estado y narcotráfico, y la convulsión económica.  El Eskimal, sugiere una “conspiración ocurrida en Colombia entre los abriles de 1984 y 1990, (relacionada con los asesinatos) del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y de los candidatos presidenciales Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro,” y otros “tantos muertos ilustres de aquellos años” (259).

Nahum Montt, haciendo uso de un estilo policiaco, cuenta la historia de una bala, y a través de ella, rememora los hechos de asesinato de tres candidatos presidenciales calificados en la edición de Alfaguara como “los 33 días que más han conmovido al país en su historia reciente”[4], y que precedieron a la expedición de una nueva Constitución Política de 1991, tras lo cual, pasaron a segundo plano, y hoy podríamos decir que se encuentran en la impunidad,

La bala fue disparada la noche del lunes 30 de abril de 1984.  Mató al entonces Ministro de Justicia Lara Bonilla (…) La bala se ocultó en la penumbra durante cinco años y reapareció el viernes 18 de agosto de 1989, a las 8 y 45 de la noche en la plaza de Soacha (…) destrozo seis centímetros de la aorta abdominal de Luis Carlos Galán Sarmiento.  Siete meses después, el jueves 22 de marzo de 1990, alcanzó a Bernardo Jaramillo Ossa en el aeropuerto El Dorado (…) Aún le faltaba la más feroz y terrible de sus arremetidas (268). 
  
La violencia como hilo conductor, particularmente aquella ligada al narcotráfico, es un elemento recurrente en la literatura colombiana contemporánea, al punto que un sector importante de la crítica, se ha cuestionado si este recurso puede leerse como una apología a la violencia[5] o un producto de la “maquila editorial”[6].   En palabras de Herrero-Olaizola, es el mercado editorial, “partícipe obviamente de las políticas económicas globales, [el que] perpetúa la comercialización de [los] márgenes y promueve cierta exotización de una realidad latinoamericana cruda”(43).  

Ahora, si se mira en conjunto el mercado editorial no le falta razón a la crítica, si se tiene en cuenta el fenómeno de ventas de los libros de ex secuestrados,  confesos criminales, y la larga lista de títulos referidos al narcotráfico, lucha contra las drogas y crímenes sin esclarecer.   ¿Es la literatura sobre violencia solo un fenómeno de ventas?   

Si bien el éxito de la industria está marcada por una suerte de “morbo del comprador”, por conocer las intimidades del dolor de los secuestrados[7], o del pensamiento de un criminal, se puede destacar paralelamente una serie de obras, que sin tener la pretensión de sustituir la historia oficial, o de realizar una denuncia, sí pueden contribuir a la construcción de una memoria social de la violencia socio política del país, en la medida en que se utilicen como un ejercicio consciente de reflexión sobre las causas e impactos de la violencia en nuestro país y las transformaciones profundas que requiere exigir para evitar que hechos similares se repitan.   Finalmente como señala Juan Alberto Blanco[8], “una de las funciones esenciales de la  literatura es la de: ejercer presión sobre la memoria para que no escape al olvido necesario que en ocasiones nos impone el tiempo”. 

I.  La Violencia y la violencia en la literatura colombiana

El fenómeno de la violencia ha acompañado la historia de la literatura colombiana.   El trabajo monográfico de Oscar Osorio “Siete estudios sobre la novela de "La Violencia" en Colombia, una evaluación crítica y una nueva perspectiva” [9], refleja la abundancia de trabajos en torno al conflicto bipartidista al punto de conformar un sub género, en los que priman el relato testimonial, la crónica, el panfleto, que Álvarez Gardeazabal va a englobar bajo la clasificación de “novelas de recuento”(90), testimonios acomodados a formas novelescas.  Dadas sus características,  en la literatura de la Violencia, se evidenció claramente un doble objetivo, el de proyectarse como obra literaria y el de servir como documento histórico, o como diría Laura Restrepo “inventario de muertos y horrores” que fue cediendo a otro tipo de literatura en el que finalmente, la Violencia sería el telón de fondo del desarrollo de la narración,

Los personajes prototípicos, planos y carentes de individualidad, utilizados para ejemplificar tesis y planteamientos, evolucionaron hasta llegar a poseer una subjetividad rica en contenidos, mientras que, concomitantemente, fueron quedando superados el esquematismo y el maniqueísmo en la visión del mundo. Las páginas plagadas de violaciones y cortes de franela fueron desapareciendo, en tanto que se escribían obras que no necesitaban relatar un solo crimen para captar la “Violencia” en toda su barbarie (92).     

El maestro Marino Troncoso en su ensayo “De la novela en la Violencia a la novela de la violencia: 1959- 1960 (hacia un proyecto de investigación)”[10], destaca dos estudios historiográficos sobre el tema, el de Gerardo Suárez Rendón La novela de la violencia en Colombia y el de La narrativa actual en Colombia y su contexto social, de Román López Tames, quien escribiría en 1975, “se podría asegurar que no hay novela colombiana en los últimos veinte años, que de alguna manera no se refiera a la violencia” (33), lo cual es una muestra de la influencia del conflicto social y político en las letras, y más allá de ello la preocupación sobre las causas del mismo en las ciencias sociales en general.

El profesor Troncoso, destacaría como un hito importante en la creación literaria, el Concurso de cuento convocado por El Tiempo en 1969, en el que el jurado encontró como tema dominante la violencia, “pero esta era ya una violencia diferente, narrada desde el interior de una conciencia, superando el maniqueísmo de buenos y malos propios de las obras anteriores (37).  Sobre el papel de la violencia en la narrativa literaria de la época, resaltó Gonzalo Arango,

(e)xiste general extrañeza por la coincidencia que los tres cuentos enfoquen el tema de la violencia y se desarrolle con mayor o menor intensidad en un marco de asesinato y terror.  Este tema, en su azaroso dramatismo, no puede ser indiferente a ningún intelectual colombiano.  La violencia gravita sobre nuestra sensibilidad en forma perturbadora y agresiva.  Está demasiado presente para ignorarla; es demasiado cruel para no sentirla; no podemos olvidarla; vivimos bajo su atmósfera de alucinación y terror.  Ningún escrito que tenga sus dos pies hundidos en el barro de este país puede eludirla sin traicionar su realidad humana más profunda pues, directa o indirectamente, ha sufrido sus consecuencias. (39)      

Estas reflexiones que alentarían un estudio interdisciplinario de la obra literaria en la Universidad Javeriana, bajo la premisa de que “es en la literatura donde se encuentra la memoria de una historia construida desde el hombre” (40). 

Ya luego vendrían la generación Mito, la generación desencantada, el boom latinoamericano, y con él, el llamado “realismo mágico”, género en el que quedaría encasillada un tiempo la literatura colombiana.  Hoy la literatura colombiana, ha sufrido una transformación importante: del realismo mágico, plagado de sucesos maravillosos o exóticos desde una mirada foránea, ha regresado a los relatos sobre violencia, en los que se combina el hiperrealismo de los espacios y los hechos históricos, con la ficción narrativa.   

II.  Literatura colombiana en el siglo XXI

A partir de la década de los noventa, tanto en la literatura, como en el cine colombiano, se dio un desarrolló de la narrativa de la violencia urbana, ligada al fenómeno del sicariato y de manera más amplia a la influencia del narcotráfico en la sociedad colombiana.  Tal como lo resalta Gina Ponce de León en su obra “la novela colombiana posmoderna”,

En la narrativa contemporánea se presenta una inmensa preocupación por la historia y una detallada exposición de los hechos históricos.  Muestra un tema esencial, a saber: una violencia vivida por todos los colombianos de una u otra manera; los que no han sufrido la violencia directamente, la han sufrido en el ambiente generado por los hechos ocurridos.  Los escritores parecen tener el objetivo de no dejar que los hechos violentos de la Colombia de hoy sean olvidados (30).  

En el ensayo de Juan Alberto Blanco “Historia del narcotráfico en la literatura colombiana”, se destaca que el primer elemento que se reconoce en la narrativa del narcotráfico es que esta se escenifica en las ciudades (Blanco, 131).  A diferencia de la literatura de “La Violencia” (1946 – 1966)[11], la literatura contemporánea, traslada su escenario del campo a la urbe, “con sus presencias individualistas, intimas, alienadas y desoladas, cuyos personajes transeúntes y transitorios representan o cumplen su rol en una vida acelerada y monótona, caótica y conflictiva” (Giraldo xvii).   La narrativa transcurre en centros urbanos que “han adquirido identidad y entran a formar parte de la narrativa; las ciudades han adquirido reconocimiento y el solo hecho de nombrarlas como espacio narrativo hace que trasciendan de su localidad hacia el espacio histórico y cultural” (Ponce de León, 32).

La figura del sicario

En el llamado género sicaresca, la ciudad es el escenario privilegiado,  como entorno que se configura a partir de las prácticas violentas (Rengifo, 103), la división de espacios sociales y la construcción de los mismos con lógicas económicas, influyen para que pueda desarrollarse el fenómeno del sicariato.   Uno de los personajes recurrentes de la literatura colombiana, es el sicario, de allí la denominación de sicaresca[12], que le diera Héctor Abad Faciolince, al subgénero que lo hace visible como protagonista.   Si bien el Eskimal y la Mariposa, no es una narración sicarial en primera persona, si es el relato de un asesino en el sentido posmoderno que propone Ponce de León,


Otro aspecto relevante de la exposición de los hechos de la violencia es la crítica que no juzga precisamente a los responsables, sino que muestra a un ser humano que trasciende de los hechos de la violencia a niveles más humanos (30).

El sicario, es un personaje secundario, destinado a morir desde el comienzo, su objetivo es matar y morir, y el guardián de este objetivo es Coyote.  Una mirada del segundo al primero,

“manos que ahora parecían torpes en su misma indiferencia, manos demasiado torpes para haber realizado demasiadas acciones fatales, habían, por fin, cumplido su destino de matar y morir” (229)

III.  Literatura como catarsis

El Eskimal abre y cierra formalmente el relato con un hecho de alta significación histórica para el país, el asesinato de dos candidatos presidenciales de izquierda,

Se escuchó una ráfaga por encima de las cabezas.  Pizarro levantó su mano izquierda de manera instintiva, como si intentara detener con ella la lluvia de balas.  Su cabeza se echó hacia atrás y se estrelló contra la ventanilla (227)

Al tiempo que discurre la historia de El Eskimal, la gran ola de violencia política está vigente, el país se encuentra -como fue tradicional en el siglo XX- bajo el permanente estado de sitio, los grupos paramilitares se encuentran en periodo de  auge y consolidación, y el narcotráfico ha iniciado una lucha contra el Estado colombiano para evitar la extradición a Estados Unidos, utilizando como recurso el terrorismo.

En otra entrevista a Nahum Montt, se refiere a la literatura de la violencia como catarsis, como necesidad de expresión, de fuga… al hablar del origen de su narrativa, Montt se refiere a las novelas de vaqueros y su tierra natal, como influjo natural en su narrativa,

Barranca en ese momento también era una especie de medio oeste, se da todo el exterminio de la Unión Patriótica en la década del ochenta, yo estuve en Barranca viviendo muy de cerca ese problema, gran paros por dos veces por semana, paros que siempre dejaban muertos, (…) y fue el exterminio sistemático y empezaron a matar gente de izquierda, concejales simpatizantes de la Up un exterminio que llevo a ser Barranca considerada el pueblo más violento sobre la faz de la tierra, dada la cantidad de muertos que se daba[13].

Por ello, la aproximación de Montt a los hechos no es histórica estrictamente, y más bien se enmarca en el abordaje del relato posmoderno descrito por Gina Ponce de León, en el sentido de que no se ocupa aquel de documentar la historia a través de la recuperación de archivos, sino se remite “a la interpretación inmediata de una variedad de contextos que se han recopilado en el mismo presente que vive el escritor y el receptor (31).   Montt escribe sobre su época, sobre hechos que percibió de primera mano y que generaron en él un impacto, seguramente el de muchos y muchas que a finales de los noventa sintieron como la sociedad se desmoronaba y la vida política del país se entregaba al narcotráfico.   

Esta mirada de Montt, desde la libertad del espectador no documentado, es la que le permite llegar a plantear, como quien no quiere la cosa, que los crímenes de Bernardo Jaramillo Ossa y Eduardo Pizarro Leóngomez están mucho más conectados de lo que creemos y que detrás de ellos estarían agentes del Departamento Administrativo de Seguridad DAS, que con un perfil esquizofrénico, tenían la doble misión de proteger y favorecer el asesinato de los candidatos presidenciales.   Pero Montt, va mucho más allá, de manera verosímil juega con el lector y la Historia, y resuelve parcialmente el enigma de las autorías de dos magnicidios más importantes de la segunda mitad del siglo XX.  No se vale para ello, de los expedientes judiciales, que a la fecha no han permitido el esclarecimiento histórico de los hechos, sino se vale precisamente de la impunidad, para plantear la existencia de una Federación, como dueña de la bala protagonista de la historia.

No intenta cubrir los vacíos de la historia oficial, se vale de ellos para reflexionar implícitamente sobre la violencia, sus autores, la memoria, la impunidad…

En el citado ensayo de Juan Alberto Blanco, el autor atribuye a la literatura una función social ligada a la violencia y recuperación de la memoria,

 La literatura tiene su propia función social, de ahí que todo escrito cumpla con determinadas necesidades comunes a todos los pueblos: perpetuar la memoria, es decir, aniquilar el olvido; reconstruir la historia, o procurar que las heridas sanen; alimentar la vida, es decir, generar una esperanza que vaya más allá del límite; (re)conocernos por medio de la palabra, o hacer que la voz se instaure en un nuevo orden y comience la reescritura de la humanidad; hacer del génesis el antecedente directo de la palabra profética que trata de encerrar la memoria polifónica de la modernidad; en fin, la literatura nos ha de permitir enlazar las sombras de tal manera que la realidad deje de superar a la ficción, pues la misión del escritor consiste en condensar el tiempo en la palabra  para rehacer el futuro posible, y nosotros como lectores, comprender(nos) más en la diferencia. Visión de mundo que va más allá de la novelización apocalíptica.


IV.  Algunas reflexiones para una pedagogía de la memoria


Dado que se acepta que hay conductas que generan una afectación colectiva, se entiende que para que no vuelvan a ocurrir nunca más, para que hayas reales garantías de no repetición, se requiere que ciertos hechos sean reconstruidos y fijados en la conciencia colectiva como reprochables. Con mayor intensidad, a partir de los años ochenta y en el contexto latinoamericano de retornos a las democracias, la preocupación se centró en recuperar la memoria como ejercicio político y jurídico. A partir de ese momento y en particular en el cono sur, se empezó a hablar de informes, proyectos Nunca Más, monumentos, museos, elaboraciones centradas en la dimensión trágica de la violencia, que sustentan la creación de políticas de la memoria para reconstruir el pasado. La finalidad de estos ejercicios, no consiste en traer al presente el doloroso pasado, sino sentar las bases para la construcción del futuro.

En momentos en que se habla de posibilidad de culminación del conflicto armado por la vía negociada en Colombia, y que se ha avanzado tanto a nivel legislativo, como de política pública en el reconocimiento de los derechos de las víctimas, resulta vital reflexionar sobre la construcción colectiva de la memoria.  En ello, como se señaló al principio, la literatura puede contribuir a la construcción de una pedagogía de la memoria, que facilite la reflexión de las actuales y nuevas generaciones sobre los errores del pasado y las reformas políticas, culturales y sociales que requiere esta sociedad para consolidar la paz. 

El Eskimal y la Mariposa propone al menos tres líneas, que podrían inspirar una propuesta pedagógica sobre memoria.       

·         Clave democrática 

Uno de los elementos que ha marcado la historia de nuestro país es sin duda la exclusión política, una tradición bipartidista que marcaría toda la historia republicana y un proyecto constitucional que no lograría como se propuso ampliar los canales de participación, son algunos de los factores que inspiran esta reflexión.  Algunas de las preguntas que sugiere el trasfondo político del Eskimal son: ¿qué implicaciones democráticas tiene para una sociedad que tres candidatos a la Presidencia de la  República hayan sido asesinados en un mismo período?; ¿qué consecuencias tiene para la democracia la eliminación sistemática de un partido político como la Unión Patriótica? ¿La democracia actual ofrece posibilidades para la oposición, para las opiniones diversas, para la libertad de expresión?    

·         Clave justicia

La literatura colombiana reciente, está inundada de crímenes sin esclarecer, crímenes reales como en el Eskimal, crímenes ficticios como en otras novelas.  Todas estas obras leídas en clave de justicia transmiten el mismo mensaje, si la administración de justicia no funciona, su lugar es retomado por la venganza, como método privilegiado de resolución de conflictos.  Ello implica una reflexión profunda sobre la administración de justicia, la posibilidad de que esta se ejerza en lo local, responda efectivamente a las necesidades sociales y se concentre en los máximos responsables. 

El Eskimal sugiere que una respuesta institucional efectiva al crimen de Lara Bonilla, hubiera prevenido, la comisión de sucesivos crímenes en la historia colombiana, la impunidad facilita la comisión de nuevos crímenes; si el hipotético actor llamado Federación hubiese sido desmantelado en algún momento, la historia relatada no hubiese tenido lugar.   El Eskimal es la historia de una bala, de una bala que aguarda y vuelve a actuar, y solo lo hace por el abrazo cómplice de la impunidad.

·         Clave social

El hecho de que gran parte de la literatura se refiera al sicario, alguien que es capaz de matar y  morir por dinero, ya debería haber suscitado una reflexión sobre prioridades en la agenda política nacional, redistribución de la riqueza, reconstrucción social de comunidades.  La prevención de futuros crímenes, pasa por la generación de oportunidades laborales y de generación de ingresos para la población juvenil.

*****

Difícil reducir la nueva literatura colombiana, en una suerte de “realismo trágico” como corazón de una “maquila editorial”.  Es cierto que han proliferado expresiones literarias que tienen como trasfondo el conflicto armado, ello puede responder a un fenómeno editorial, a las necesidades de demanda del mercado, pero también es un ejercicio de catarsis.  La literatura colombiana actual, ha señalado los problemas contemporáneos de la sociedad: la doble moral, la pérdida de los valores solidarios, la soledad, la desmemoria y el olvido…  es una tímida voz que no ha sido suficientemente escuchada, analizada, dialogada, recreada, pero no está perdida. 

La reconstrucción de la memoria tiene un punto de partida reivindicativo, entender la verdad como un derecho cuya titularidad corresponde a los pueblos, y el esclarecimiento histórico como patrimonio social.  En ello la verdad que produce el escenario judicial es relevante, pero limitada.  La reflexión sobre la memoria y el esclarecimiento de la historia de la violencia de nuestro país, debe atravesar el campo social, tomar en cuenta la cultura, la memoria de la gente, las expresiones artísticas, entre ellas todas las expresiones literarias, la música popular, el teatro, las nuevas expresiones cinematográficas, la lúdica, la danza, el arte callejero…         

La sugerente propuesta de ciudad – libro en el Eskimal y la Mariposa consiste en ello, en vivir los espacios geográficos a través de la historia que encierran, revivirla a través de la palabra…


Bogotá D.C., 26 de noviembre de 2012

BIBLIOGRAFIA

FANTA, Andrea.  Narratives of abandoment:  Colombia’s Cultural production from 1990 to 2007.  En: http://deepblue.lib.umich.edu/bitstream/2027.42/61548/1/fantaa_1.pdf

KUNDERA, Milan. El libro de la risa y el olvido, Barcelona, Seix Barral (1993)

MONTT, Nahum.  El Eskimal y la mariposa.  Bogotá: editorial Alfaguara, 2005

OSORIO, Oscar. Siete estudios sobre la novela de la Violencia en Colombia, una evaluación crítica y una nueva perspectiva.  Revista Poligramas No. 25, junio de 2006.  En:  http://poligramas.univalle.edu.co/25/osorio.pdf

PONCE DE LEÓN, Gina. La novela colombiana posmoderna.  Bogotá: taller de edición La Roca, 2011

RENGIFO CORREA, Angela Adriana. El sicariato en la literatura colombiana, aproximación desde algunas novelas.  En: http://estudiosliterarios.univalle.edu.co/cuadernos2/angela_rengifo.pdf

RODAS MONTOYA, Juan Carlos.   La p(s)icaresca: ¿un género literario nacido en Medellín? En: http://scienti.colciencias.gov.co:8084/publindex/docs/articulos/0120-1363/4/49.pdf

TITTLER Jonathan (ed.) Violencia y literatura en Colombia.  Madrid: Editorial Origenes, 1989

TORRES, Antonio.  Lenguaje y violencia en la virgen de los sicarios de Fernando Vallejo. En: http://publicacions.iec.cat/repository/pdf/00000111%5C00000024.pdf

Entrevista con Héctor Abad Faciolince.  Revista La Hojarasca, no. 27, marzo de 2007.  Disponible en: http://www.escritoresyperiodistas.com/NUMERO27/jaime.htm





[1] Diario El Espectador, “El Magnicidio de Bernardo Jaramillo”, edición electrónica, 10 de octubre de 2012.  En: http://www.elespectador.com/noticias/articulo-380381-el-magnicidio-de-bernardo-jaramillo
[2] Testigo Directo, “Pizarro, historia de un magnicidio (4)”.  En: http://www.youtube.com/watch?v=PnHIgrGJHFY
[3] Diario el Tiempo, “La procuraduría pide investigar a militares por crimen de Bernardo Jaramillo Ossa”, edición electrónica, 12 de febrero de 2010.
[4] El Eskimal y la mariposa, presentación de Alfaguara.  En: http://www.alfaguara.com/co/ebook/el-eskimal-y-la-mariposa-2/
[5] Al respecto ver: Andrea Fanta.  Narratives of abandoment:  Colombia’s Cultural production from 1990 to 2007. 
 A dissertation submitted in partial fulfillment of the requirements for the degree of Doctor of Philosophy, Romance Languages and Literatures in The University of Michigan, 2008, p. 6. En: http://deepblue.lib.umich.edu/bitstream/2027.42/61548/1/fantaa_1.pdf
[6] Herrero-Olaizola. Alejandro. “Se vende Colombia, un país de Delirio. El mercado literario global y la narrativa colombiana reciente”. Symposium. (Washington, D.C.) 61 no.1 Spr. 2007: 43-56.
[7] “El recuento de miserias y penurias en la vida de un secuestrado de las Farc y los problemas de convivencia son los aspectos que más interesan al público, según se evidencia cada vez que ofrecen ruedas de prensa o entrevistas.” Cfr.  Noticias Terra, Libros de ex secuestrados de FARC inundan el mercado, febrero 26 de 2009.  En: http://www.terra.com.co/actualidad/articulo/html/acu19159-libros-de-ex-secuestrados-de-farc-inundan-el-mercado.htm
[8] Juan Alberto Blanco “Historia del narcotráfico en la literatura colombiana”.  En: Jaime Alberto Rodríguez (ed.) “hallazgos en la literatura colombiana, balances y proyección de una década de investigaciones”.  Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, marzo de 2011, pp. 131 - 154
[9] Oscar Osorio,  “Siete estudios sobre la novela de la Violencia en Colombia, una evaluación crítica y una nueva perspectiva.  Revista Poligramas No. 25, junio de 2006.  En:  http://poligramas.univalle.edu.co/25/osorio.pdf
[10] Marino Troncoso. “De la novela en la violencia a la novela de la violencia: 1959- 1960 (hacia un proyecto de investigación)”.  En:  Jonathan Tittler (ed.) Violencia y literatura en Colombia.  Madrid: Editorial Origenes, 1989
[11] Se toma como referencia el estudio de Gustavo Alvares Gardeazabal, citado en: Oscar Osorio, Op. Cit.
[12]En los años 90, el escritor y columnista Héctor Abad acuñó una afortunada frase para referirse a un cuerpo de novelas, películas y crónicas que entonces aparecían con frecuencia: "la sicaresca antioqueña". En: http://www.semana.com/cultura/sicaresca-narcoestetica/125035-3.aspx 
[13] Entrevista a Nahum Montt.  En: http://www.youtube.com/watch?v=wsvuk0ThxVk 

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