domingo, 13 de enero de 2013

El amor es una droga dura

En algún momento de nuestras vidas, seguramente nos hemos conmovido por una imagen, un acto, una expresión artística que nos parece hermosa.   La belleza puede producir alteraciones físicas, y ello depende como se sabe, del ojo observador que vive el goce estético.  

El término "síndrome Stendhal" se acuñó en 1979 y es todavía discutido en la comunidad médica.  Su nombre se debe a la descripción que hiciese el autor de "Rojo y Negro", de las reacciones que tuvo al conocer la Basílica de Santa Cruz en Florencia en 1917:    "Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Al dejar la basílica, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".

El shock producto de la sobredosis de belleza, fue incluido en el vocabulario médico a partir del estudio de la psiquiatra Graziella Magherini, quién documentó más de cien casos de reacciones similares ante la contemplación del arte, que incluían síntomas como elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, e incluso alucinaciones o deseo de destruir las obras de arte.   En 1996, el cineasta italiano Dario de Argento, escribió y dirigió una película de suspenso protagonizada por su hija Asia Argento, basada en la temática.   

La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi en El amor es una droga dura (1999)[1] desentraña los conflictos internos de Javier, quien padece el llamado síndrome de Stendhal.   La primera vez que lo experimentó fue a los seis años, al ver caminar una niña de largos cabellos castaños, "entonces intuyó que la verdadera belleza tenía, para algunos contempladores algo de insoportable".    Para Javier, no es solo el placer físico y emocional de la observación, es una dependencia, la necesidad de fijar, el deseo egoísta de poseer, de  prolongar infinitamente el éxtasis que produce la contemplación de la hermosura


"¿Y si no volvía  a ver nunca más a la niña? Sintió angustia.  Desde entonces, quiso retener las imágenes fugitivas.  La vida misma huía por todos lados; a veces, asomaba en la cara de un viejo mestizo en el metro, cubierto de arrugas, pero con una mirada brillante, llena de sorna; la vida ofrecía instantáneas a cada paso, y él necesitaba un instrumento para fijarlas, un aparato para detenerlas.  Fotografiar era robarle un segundo a la voracidad del tiempo, y el tiempo era la muerte (80). " 

El amor es una droga dura, es una novela sobre el deseo, el masculino y el femenino, la necesidad de poseer el objeto del deseo, y la causa del deseo, "queremos saber la causa de nuestro deseo para poder controlarlo para que no sea él quien nos controle a nosotros (155).  
Gustave Courbet - El origen del mundo

Una imagen recurrente en la novela, es el cuadro de Courbet El origen de mundo (1866), oculto a la vista pública en sus primeros cien años de existencia.  Su último poseedor privado, fue el psicoanalista Jaques Lacan, quien diseñó un doble fondo en el marco, y que en la obra de Peri Rossi  contemplaba la obra cada tarde en, la intimidad secreta de una habitación clausurada.   Para Javier, Courbet también buscaba reflejar la causa del deseo, y lo hace situándose de manera que consigue que su mirada se instale en el cuadro: "Pintando exclusivamente el objeto de su deseo ha pintado la interrogación acerca de la causa.  Y la única respuesta es una tautología: la deseo porque la deseo.  El sexo de su amante es la causa y el objeto de deseo al mismo tiempo (155)". 

A sus cincuenta años, Javier es un hombre satisfecho con la vida, apuesto, ha recorrido el mundo, ha alcanzado cierto grado de reconocimiento, ostenta un buen nivel económico, y vive una relativa calma en las afueras de la ciudad, luego de superar una serie de adicciones que casi lo llevan a la muerte.    Hasta que (re) conoce a Nora, una joven de belleza deslumbrante y varias décadas menor que él, quien transtorna su vida y lo regresa al borde del abismo.  

Solo al verla, "se sintió en peligro", "comenzó a transpirar y contuvo un arrebato de ansiedad que podía convertirse en pánico" (23).   “En cuanto a él, Javier,  cuando veía a Nora, sentía deseos de vomitar, como si su belleza tuviera un revulsivo insoportable de digerir.   Pero él era un valiente: no huía.  En realidad su desafío mayor era atrapar, analizar, descubrir la belleza.  Poseerla, para dominarla, y de ese modo desentrañarla (83)”.      
Javier está hipnotizado, obsesionado, su deseo de poseer no parece tener límites, y ella, que se sabe objeto de deseo, aunque no es indiferente, no tiene los mismos sentimientos que el fotógrafo.  Nora es im-pene-trable, "no accesible por el pene, ni por la mirada que era su sustituto lícito."     

(¿los poetas y pintores románticos no habían hablado de la fascinación de los abismos?)


[1] Cristina Peri Rossi.  El amor es una droga dura.  Bogotá:  Editorial Planeta, 2009
  

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