Inicia
el siglo XX, en el imaginario colectivo el cambio de siglo traería progreso,
desarrollo tecnológico y bienestar.
Pocos se imaginaron lo que el nuevo siglo traería para Argentina, uno de
los países que le apostó a la aplicación disciplinada de los dictados del
Consenso de Washington, los cuales fueron introducidos primero por la vía de
las dictaduras, y luego, a través del neopopulismo de Carlos Saúl Menem. La época del llamado “corralito”, que refleja
una de las mayores crisis económicas y financieras de la historia de Argentina,
es el telón de fondo para el desarrollo de El
cantor de Tango, una novela de Tomás Eloy Martínez en la que recrea los
tiempos convulsos que se viven en Buenos Aires, al tiempo que dibuja la belleza
de una ciudad como pocas en América Latina.
Bruno
Cadogan, es el narrador en primera persona de esta historia, que es un homenaje
a la ciudad de Buenos Aires. A propósito
de su tesis doctoral e inspirado en los poemas de Jorge Luis Borges, Bruno
decide acometer la empresa de búsqueda del extraordinario cantor de tango Julio
Martel. No es un intérprete cualquiera,
su voz es descrita como sobrenatural (16), conmovedora, mágica,
poderosa (43), “la voz destellaba sola, como si no existiera otra cosa
en el mundo, ni siquiera el bandoneón de fondo que la acompañaba” (43).