viernes, 28 de diciembre de 2012

Los pasos perdidos


La música es melodía, armonía, ritmo y sonoridad.  ¿Cuáles son sus orígenes? La arqueología y la antropología, han evidenciado que al lado de los instrumentos de caza y aquellos relacionados con la alimentación, diferentes expresiones artísticas han acompañado el tránsito del ser humano por la Tierra.  Si bien en Nuestra América no se ha resuelto la pregunta por la música que tocaban los primeros habitantes del continente, si nos han heredado el testimonio de algunos de los elementos que servían para los propósitos de comunicación, sanación o festivos; conchas de mar,  pequeñas ocarinas de barro, silbatos de hueso, pequeñas sonajeras de madera, entre otros.


Ya deberíamos saberlo.  La música hace parte del ser humano.  Los latidos de nuestro corazón marcan de manera natural el ritmo; nuestra voz, seguramente fue el primer instrumento musical; al andar, no solo hacemos camino, también muestras sonoras; y nuestra cavidad torácica es una inmejorable caja musical.  La música, el sonido, y el sentido del silencio son esenciales a la vida humana.  


Los pasos perdidos (1953) de Alejo Carpentier, se inscribe en esta búsqueda.  Esta novela relata la odisea de un musicólogo que  hastiado de su vida sombría, acepta el encargo de remontar el río Orinoco en busca de un instrumento precolombino para una universidad estadounidense.   El innominado protagonista había intentado en aquella edad en que ninguna aventura nos parece imposible, responder la cuestión sobre los orígenes de la música, con una ingeniosa “teoría del mimetismo – mágico rítmico”,


“Inconforme con las ideas generalmente sustentadas acerca del origen de la música, yo había empezado a elaborar una ingeniosa teoría que explicaba el nacimiento de la expresión rítmica primordial por el afán de remedar el paso de los animales o el canto de las aves” (20).



La tediosa vida de nuestro protagonista quien se desempeña como publicista, es interrumpida por la oportunidad que se le ofrece de realizar un viaje en busca de un instrumento primitivo que requiere el Museo Organográfico.  Poco motivado y finalmente convencido por su amante Mouché, el musicólogo remonta el Orinoco hasta Santa Mónica de los Venados, y de allí se adentra en la selva, espacio en el que realizará su mayor descubrimiento, se encontrará consigo mismo.


Ya habiendo cumplido su misión principal, al encontrar instrumentos antiguos en las viviendas de los indígenas, que podrían satisfacer el interés de sus patrocinantes, se producen vertiginosos cambios que golpean uno a uno su espíritu: se enamora de Rosario, la mujer de tierra y paulatinamente se conecta con el lugar, sus gentes y el tiempo que está viviendo.  



En este nuevo espacio – tiempo se remonta al alba de la historia a través de un viaje mental, “los años se restan, se diluyen, se esfuman, en vertiginoso retroceso del tiempo”.  Allí retoma el narrador Los Pasos Perdidos,


“Y tornaron a crecer las fechas del otro lado del Año Cero – fechas de dos, de tres, de cinco cifras-, hasta que alcanzamos el tiempo en que el hombre, cansado de errar sobre la tierra, inventó la agricultura al fijar sus primeras aldeas en los ríos, y, necesitado de mayor música, pasó del bastón de ritmo al tambor que era un cilindro de madera ornamentado al fuego, inventó el órgano al soplar en una caña hueca y lloró a sus muertos haciendo bramar un ánfora de barro”(164).


Sin buscarlo, sin esperarlo, sin llamarlo, se produce el encuentro del protagonista con los orígenes de la música, y para su sorpresa y en contra de su hipótesis, el origen de la música no se encuentra en el exterior.  Observador de un rito de muerte, con distancia, pero con fascinación, el personaje descubre “la palabra que va más allá de la palabra”,


“Una palabra que imita la voz de quien dice, y también la que se atribuye al espíritu que posee el cadáver.  Una sale de la garganta del ensalmador; la otra de su vientre.  Una  es grave y confusa como un subterráneo hervor de lava; la otra, de timbre mediano es colérica destemplada.  Se alternan.  Se responden (…)”


Es el origen de la música, ritmos que son “el embrión de una melodía”, algo entre el lenguaje y el canto, la palabra transformada en armonía.  


Este encuentro transforma la vida del musicólogo.   El ritmo y aridez de la ciudad, serán en adelante imposibles de sostener; su esposa Ruth y su amante Mouché son percibidas con terror, como falsedades, actrices de una obra en la que ya no se quiere actuar.  Un día comete el irreparable error de desandar lo andado, creyendo que lo excepcional pueda serlo dos veces… (p. 247)


Viajes reveladores de la relación entre el ser humano y la música, en los que ésta, más que una creación, se revela como un producto natural de la interacción humana con la vida y la muerte. 


Bogotá D.C., 16 de abril de 2012

  






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